Exposición: "Herencia y Horizonte II: Crónicas Periféricas, o un viaje intra-urbano por el Anillo Periférico de la CDMX" Ponencia de la Arq. Maite García Lascurain
- FundarqMx
- 25 jun
- 4 Min. de lectura
Escrito: Arantza Briffault
Una línea que rodea, divide y conecta, la periferia como experiencia arquitectónica.

La arquitectura no solo construye espacios, también propone formas de mirar, habitar y recorrer la ciudad. Arq. Maite García Lascurain, arquitecta egresada de la Architectural Association School of Architecture de Londres y reconocida con el estímulo Jóvenes Creadores SACPC 2024 (antes FONCA), y Co-fundadora de Plataforma 51 19 (www.plataforma5119.com), cuyo proyecto del Periférico fue justamente lo que ha hecho de esa premisa el punto de partida de un proyecto llamado "Crónicas Periféricas, o un viaje intra-urbano por el Anillo Periférico de la CDMX", el corazón del proyecto es radicalmente “simple’’, pero a la vez sumamente novedoso: caminar los 84 kilómetros que conforman el Anillo Periférico de la Ciudad de México.

En México, más que una deriva urbana o un gesto simbólico, esta caminata se convierte en una exploración crítica de las bellezas y tensiones que conforman nuestro territorio, las fronteras invisibles, las costuras del desarrollo desigual, los márgenes que se diluyen entre lo urbano, lo doméstico, lo rural, y lo infraestructural. En Londres, desde su experiencia como profesora y cofundadora de una práctica colectiva que cuestiona los límites tradicionales de la disciplina, Maite propone una lectura sensible y corporal del trazo que durante décadas ha definido la expansión, el control y la movilidad en las ciudades, no solo de México, sino de cualquier espacio geográfico en el mundo, porque la arquitectura y urbanización de espacios, es algo innato al humano y a cualquier sociedad, más allá de diferencias culturales, religiosas, o barreras del lenguaje, los seres humanos compartimos la arquitectura como un vínculo natural.


En este artículo exploramos los alcances de su propuesta, cómo se estructura, qué revela, y por qué caminar, en lugar de construir, puede ser, en este caso, una de las formas más potentes de hacer arquitectura y urbanismo; es viviéndolo, analizándolo, habitándolo.
Caminar es una de las formas más antiguas de conocimiento. Lo sabe Maite cuando mencionó a Julio Cortazar, cuando, junto a Carol Dunlop, emprendió su célebre Los autonautas de la cosmopista, una expedición lúdica por la autopista del Sol de París, Marsella convertida en laboratorio afectivo, político y filosófico. Inspirada por esa misma lógica del andar como acto estético y de observación, Maite concibió su proyecto como una caminata por todo el Anillo Periférico de la Ciudad de México, comenzando desde Tlalnepantla, cruzando por diversas alcaldías como la Gustavo A. Madero, Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Álvaro Obregón, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco, Iztapalapa, algunas partes del Estado de México, y culminando en las Torres de Satélite.


Lo que podría parecer una hazaña imposible, caminar una vía concebida para autos, velocidad y desconexión peatonal, se convirtió en una forma de cartografía experimental. A lo largo del trayecto, Maite no sólo dibujó los paisajes urbanos por los que transitaba, sino que agregó a sus mapas olores, pensamientos, sensaciones, olores y estados emocionales. Sus dibujos se transformaron en una expedición dibujada, una bitácora alquímica que traducía lo intangible, como el miedo en un paso subterráneo o la ternura de una charla escuchada al azar, en un lenguaje visual que tituló “partituras”, conformada con códigos visuales podía traducir la experiencia en planos que parecen una composición musical.


El proyecto propone una forma distinta de leer la ciudad. No desde la vista aérea del urbanismo clásico, sino desde el cuerpo que camina. La ciudad se revela como lo que es para la mayoría de sus habitantes, un espacio hostil, fragmentado, pensado para los autos y no para las personas. Caminar el Periférico implica enfrentarse a una infraestructura inevitable. Todos pasamos por ahí, pero rara vez nos detenemos a mirarla. Y sin embargo, esa línea vial delimita, conecta y expone múltiples realidades territoriales y socio económicas. Desde zonas de alta plusvalía hasta bordes marginados, desde parques improvisados hasta tramos sin acera ni sombra, el Periférico es varias ciudades dentro de la ciudad.

Desde un enfoque antropológico, el valor de este proyecto es profundo. Frente a una ciudad que muchas veces habitamos sin observar, Maite propone un gesto de re descubrimiento. Caminar no como mero tránsito, sino como ejercicio de análisis, como forma de atención activa. Descubrir la ciudad, explorarla, detenerse a ver lo que el cuerpo siente y registra al andar, permite habitarla con una conciencia distinta. Y esa conciencia se traduce en una representación gráfica no convencional, una cartografía experimental que mezcla dibujo, observación, emoción y pensamiento espacial.

Este proyecto resulta valioso no solo para arquitectos y urbanistas, sino también para geógrafos, antropólogos, artistas y escritores. Al articular lo sensible con lo técnico, lo poético con lo territorial, abre posibilidades para nuevas formas de investigación, representación y reflexión urbana. El caminar se convierte en una actividad estética, y el mapa, en una memoria viva de lo recorrido.
Durante la expedición, Maite fue generando una cartografía no convencional, una suerte de mapa expandido donde dibujaba no solo lo que veía, sino lo que sentía. Olores, pensamientos, incomodidades, momentos de pausa, angustia, sorpresa o ternura fueron inscritos como parte del paisaje. Como historiadora, confieso que me recordó a esos mapas de tacos que dibujaba Ibargüengoitia en sus crónicas, donde el trazo urbano se desdibujaba entre antojos y humor. Pero aquí, en lugar de tacos, encontramos miedo, avenidas, basura, flores, gente, mercados, olores, vértigo, luz, ruido, multitudes y a la vez vacío.

Lo que nos deja esta caminata por el Periférico es la certeza de que la ciudad puede pensarse de otra forma. Que caminarla, olerla, dibujarla y escribirla es también una manera de resistir su violencia, reclamar su espacio y abrir caminos nuevos para imaginarla.

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