La Rectoría de San Felipe Neri
- FundarqMx
- 22 jun
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Escrito: Arantza Briffault
La Rectoría de San Felipe Neri, ubicada en la Calle Isabel la Católica 2, en Centro Histórico de la Ciudad de México, es un edificio que reúne siglos de historia, espiritualidad y transformación urbana. Su origen se remonta al siglo XVII, cuando llegaron a la Nueva España los miembros del Oratorio de San Felipe Neri, una congregación fundada en Roma por San Felipe Neri y caracterizada por su vida comunitaria, su enfoque pastoral y su intensa actividad intelectual. En 1714 se colocó la primera piedra del templo actual, cuya construcción fue dirigida por el arquitecto Pedro de Arrieta, también autor de obras emblemáticas como el Palacio de la Inquisición. El templo fue terminado en 1720, y desde entonces ha formado parte del entramado arquitectónico y espiritual de la ciudad.
El conjunto no solo funcionaba como iglesia, sino también como residencia de los oratorianos, quienes, a diferencia de los monjes, eran sacerdotes seculares que vivían en comunidad sin hacer votos perpetuos. Este estilo de vida les permitía una gran flexibilidad para predicar, enseñar, organizar actividades culturales y promover la música sacra. A lo largo del siglo XIX, con las leyes de Reforma y la expropiación de bienes eclesiásticos, los oratorianos fueron expulsados temporalmente y sus propiedades fueron nacionalizadas. Sin embargo, la iglesia continuó en funcionamiento y el edificio fue adaptado a distintos usos a lo largo del tiempo.
Hoy en día, la Rectoría de San Felipe Neri continúa siendo un espacio activo dentro de la vida religiosa del centro de la capital. Alberga oficinas administrativas y actividades pastorales, además de formar parte del tejido cultural del barrio. El templo anexo, conocido como La Profesa, conserva su riqueza barroca en retablos, pinturas y su emblemática cúpula octagonal, y funciona también como escenario para conciertos, exposiciones y misas solemnes. La rectoría, en este sentido, no solo sobrevive como una reliquia del pasado, sino como un ejemplo de cómo el patrimonio arquitectónico puede mantenerse vivo y en diálogo con el presente. Su historia habla de continuidad y adaptación, de fe y cultura, de un edificio que, desde sus orígenes virreinales hasta su uso contemporáneo, ha acompañado el pulso de la ciudad.
Además de las oficinas del rector y el equipo pastoral, el edificio alberga espacios para la organización de catequesis, encuentros comunitarios, archivos eclesiásticos, y otras labores de acompañamiento espiritual. Si bien no es un museo ni un edificio de acceso libre al público general como tal, mantiene un uso eclesiástico constante, activo y discreto, alineado con las necesidades contemporáneas de la comunidad católica del centro de la Ciudad de México.
En algunos casos, también sirve como punto de reunión para eventos culturales vinculados al patrimonio religioso, como conciertos de música sacra, conferencias o celebraciones litúrgicas especiales, en colaboración con el templo de La Profesa. Así, la rectoría continúa cumpliendo su función histórica como espacio de coordinación, residencia y acción dentro de uno de los complejos religiosos más emblemáticos del país.
La arquitectura de este conjunto se distingue por una sobria elegancia en su fachada, ejecutada con cantera gris, combinada con detalles ornamentales más marcados en el interior, donde se aprecia el uso profuso de dorados, retablos tallados y pinturas religiosas. La iglesia posee una planta en cruz latina, una cúpula octogonal con linternilla, y una nave cubierta con bóvedas de cañón y lunetos, todos elementos característicos del barroco tardío. En cuanto a la rectoría, su construcción original se integró al mismo proyecto arquitectónico del templo, compartiendo materiales y proporciones, aunque con un lenguaje más funcional. Se utilizaron muros de mampostería con piedra volcánica, (tezontle y cantera), y estructuras de madera en cubiertas y entrepisos, materiales comunes en la arquitectura religiosa del virreinato por su disponibilidad y durabilidad.
El edificio ha pasado por diversas transformaciones, sobre todo a raíz de las leyes de Reforma del siglo XIX, que obligaron a adaptar los espacios religiosos a nuevos usos y funciones. Aunque no hay un registro detallado de todas las modificaciones arquitectónicas internas, se sabe que muchas áreas fueron redistribuidas para albergar oficinas, viviendas e incluso almacenes, dependiendo del momento histórico. A lo largo del siglo XX, varias intervenciones se llevaron a cabo para conservar el inmueble, aunque no siempre con criterios rigurosos de conservación patrimonial.
En años recientes, se han impulsado esfuerzos más serios de restauración tanto en la iglesia como en la rectoría, especialmente tras los sismos de 2017, que dañaron numerosas estructuras históricas del Centro Histórico. Estas labores han sido coordinadas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), con un enfoque que privilegia la estabilización estructural, la restauración de elementos ornamentales y la recuperación de técnicas constructivas originales. En la rectoría, las intervenciones han consistido en el refuerzo de muros, reparación de cubiertas, restitución de carpinterías antiguas y consolidación de fachadas de cantera, además de la instalación de sistemas de monitoreo para evaluar el comportamiento estructural del edificio ante futuras eventualidades sísmicas.
Más allá de su restauración física, el valor de la Rectoría de San Felipe Neri reside también en su vigencia como espacio vivo, una arquitectura que ha soportado guerras, reformas, terremotos y modernizaciones sin perder su vocación de servicio y su presencia monumental en el paisaje urbano. Su historia arquitectónica es, en ese sentido, una historia de continuidad adaptativa, donde el barroco virreinal no es una reliquia estática, sino una base activa desde la cual se sigue habitando, cuidando y resignificando el pasado.
Bibliografía:
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