Sergio Israel Mejía Piña * / FUNDARQMX**
Estos días, gran parte de la población hemos estado cobijados por nuestras viviendas, haciendo actividades que normalmente realizamos en otro tipo de espacios. En algunos casos las condiciones de habitabilidad han sido suficientes para realizar estas actividades, en otros pocos las condiciones han sido óptimas, sin embargo, la realidad de las mayorías siempre debe regir nuestras miradas y propuestas.
Tomando en cuenta que el 78% de los hogares en México se encuentran asentados en zonas urbanas, usaremos como ejemplo el caso de la Ciudad de México donde existen alrededor de 2,714,955 viviendas en las cuales habitan 8,810,212 personas. De estas viviendas, el 64% son casas, el 32.67% son departamentos, 1.87% son vecindades, 0.32% son cuartos en azoteas y 0.24% no están especificadas.
La Encuesta Nacional de Hogares de 2017 del INEGI, señala que el promedio de personas por vivienda es de 3.2, cabe mencionar que este dato es conceptualizado erróneamente como el “tamaño de vivienda”, siendo que hace referencia más bien a su capacidad.
Lo anterior nos lleva al problema del hacinamiento, según la ENH, tan sólo 621,378 personas viven hacinadas, es decir el 7.05% de la población que habita el total de las viviendas en la ciudad. El criterio utilizado para diagnosticar hacinamiento va en función de la cantidad de personas que habitan un espacio (más de 2.5 personas por cuarto), sin embargo, este criterio no toma en cuenta el tamaño del mismo, el intercambio de aire viciado, la iluminación, etc. Es decir, si una persona habita un cuarto de 4m2 sin ventanas, no es considerada hacinada. Por poner un ejemplo más práctico: el Estado considera que las 8774 personas que viven en cuartos de azotea, que generalmente son trabajadoras domésticas, viven bajo condiciones de habitabilidad, siendo que un cuarto de azotea no cumple con las dimensiones óptimas para cobijar una vida humana.
Entonces, ¿cuántas personas realmente viven hacinadas en la CDMX?, basta recurrir a la misma fuente para darse cuenta de que aquí hay algo mal relacionado. Recordemos que 621,378 personas viven hacinadas según criterios de la ENH, pero también se informa que 5,166, 800 personas encuestadas en sus hogares sienten preocupación o nerviosismo, 2,845,738 tienen depresión y 4,125,654 sienten fatiga, ciertamente es arriesgado asumir que la totalidad de estos casos sean consecuencia del hacinamiento en la vivienda, seguramente muchos de ellos se deben a condiciones de inseguridad, problemas laborales, económicos, etc., es decir, alteraciones del entorno físico natural, artificial y el entorno no físico, ¿podríamos hablar de un hacinamiento urbano?, un hacinamiento de las ciudades, ¿Cómo se potencializa en estos días de contingencia?.
Cuando Rem Koolhaas publicó su manifiesto “Grandeza o el problema de la talla” en 1995, puso en crisis las grandes escalas de la arquitectura posmoderna, habló de la masa crítica y cómo a partir de cierta magnitud de esta masa los edificios pierden su carácter (dejan de desvelar lo que son y para qué son), sus partes adquieren autonomía (desobedecen un orden sistemático), también invalidan un repertorio clásico arquitectónico y no pretenden formar parte de un tejido urbano, lo rompen.
Estos teoremas fueron en gran medida un parte aguas para el urbanismo posmoderno europeo y a pesar de que Latinoamérica vivió el desarrollo de arquitectura moderna y urbanismo más intempestivo que se vio en el mundo durante el S.XX, a decir verdad, hubo una ruptura para con la posmodernidad. La experiencia de México fue en gran medida la de grupos burocráticos anónimos que fueron sustituyendo a los grandes arquitectos políticos del Siglo pasado para tomar decisiones sobre el problema de la vivienda y el urbanismo de las últimas décadas.
Como es sabido, una vez pasado el sismo del 19 de septiembre de 1985, con 412 derrumbes y 5728 edificios afectados, el gobierno federal y las autoridades capitalinas tomaron la decisión de retirar las licencias de perito de obra a los eminentes ingenieros y arquitectos de la época, justificando como negligencia los múltiples derrumbes debidos en su mayoría a los cambios de condiciones del subsuelo, como consecuencia de la desmedida y agresiva explotación de depósitos acuíferos.
De este hecho, surgió como consecuencia el papel de los Directores Responsables de Obra (DRO) quienes debían conocer un extenso y bien elaborado Reglamento de Construcciones para el Distrito Federal, publicado en 1987, en el cual se incluyeron medidas más estrictas para la seguridad de las estructuras.
El problema que nos ocupa con respecto del Reglamento de Construcciones y esta nueva generación de responsables de las edificaciones, fue una aplicación mecánica y minuciosa de este documento como un manual de diseño arquitectónico, siendo esto la validación de un sistema de referencias de diseño de espacios mínimos y fungiendo como inhibidor de la voluntad del arquitecto. Dicho en otras palabras, la implementación del reglamento y no el reglamento en sí, vino a poner sobre la cabeza de estos grupos burocráticos responsables de las decisiones urbano-arquitectónicas un manual para diseñar espacios mínimos, golpeando fuertemente la habitabilidad y la dignidad de la vivienda en la Ciudad de México.
El artículo 4° de la Constitución establece el derecho de toda familia a disponer de una vivienda digna y decorosa, sin embargo, no se especifican las características que debe cumplir dicha vivienda, ni en éste artículo ni en la Ley de Vivienda. El siguiente manifiesto pretende ser un punto de partida para legislar la vivienda digna y resiliente:
1. Diseñar volúmenes, no planos extruídos. El concepto de masa crítica de Koolhaas es ambigüo, un edificio por más masivo que parezca tiene en sí un volumen crítico, medible, calculable y proyectable. El espacio es multidimensional y las proyecciones bidimensionales son abstracciones de este, jamás deben ser determinantes del proyecto arquitectónico.
2. Diseñar para la emergencia. El contexto del urbanismo y por consecuencia de la arquitectura siempre será emergente, la fragilidad de la vida en la tierra y de la tierra en el universo deben ser premisas del diseño urbano arquitectónico y las condiciones de emergencia deben ser la columna vertebral de la habitabilidad. Tomando como ejemplo la emergencia por COVID-19, la resiliencia de las ciudades es la consecuencia de largos plazos de buenas decisiones y una vivienda digna debe ser la célula de la ciudad resiliente, debemos incluir el concepto de “días de reserva” para los recursos vitales mínimos.
3. La fisiología del habitante como determinante de la habitabilidad. A partir de cierto volumen crítico, un edificio chico comienza a adolecer de las condiciones para satisfacer las necesidades fisiológicas mínimas del ser humano. Un ejemplo claro es el volumen de aire oxigenado demandado por su número de ocupantes y el intercambio continuo de aire viciado por aire oxigenado. El edificio debe ser una extensión de las capacidades fisiológicas de su habitante.
Si una ciudad y su vivienda promedio tienden hacia la aplicación de condiciones mínimas, jamás podrá aspirarse a la resiliencia ante fenómenos adversos. Considerar estos fenómenos como atípicos es tratar de disfrazar el problema. El universo es ciertamente impredecible y no podemos seguir ocultado la experiencia bajo la cama, en este caso: la experiencia de la pandemia que desvaneció en el aire a las ciudades más sólidas del mundo.
El hacinamiento se vuelve tan importante porque ante estas catástrofes se potencializa y con ello amplifica los problemas sociales derivados del mismo (violencia, depresión, falta de higiene, carencia de servicios, ansiedad), en la medida en que el arquitecto recupere su capacidad de intervenir en el proyecto arquitectónico y en las legislaciones, con base en evidencia y conocimientos científicos podremos aspirar a la resiliencia.
En la medida en que la arquitectura, el urbanismo y la política se reconcilien, podremos aspirar a la resiliencia.
Es importante darles nombres a los problemas actuales para poder resolverlos y nuestro mayor problema arquitectónico ante el COVID-19 es sin duda, el hacinamiento.
Invitamos a los lectores a diseñar siempre que sea posible considerando las máximas que aquí se presentan y que ésta crisis sea el motivo de una discusión oportuna encaminada hacia la definición de la vivienda diga y emergente.
“Y designar los lares, los núcleos, denunciarlos, hablar de ellos públicamente, es una lucha, no es porque nadie tuviera aún conciencia de ello, sino porque tomar la palabra sobre este tema, forzar la red de la información institucional, nombrar, decir quién ha hecho qué, designar el blanco, es una primera inversión del poder, es un primer paso para otras luchas contra el poder.” – Michel Foucault, Diálogo sobre el poder.
Referencias:
Koolhaas Rem. (2018). Grandeza o el problema de la talla. En Acerca de la ciudad(23-34). Barcelona: Gustavo Gili.
Foucault Michel. (2000). Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Madrid: Alianza Editorial.
*Sergio Israel Mejía Piña es arquitecto estudiante de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, Creador y Coordinador general de cianotypo (medio multidisciplinario de crítica). Actualmente realiza su servicio social en FUNDARQMX. Ha defendido una postura crítica y consciente de los fenómenos sociales productos de la modernidad. Tiene interés por la teoría de las imágenes, el estudio de los medios en la arquitectura y la investigación.
**FUNDARQMX, Fomento Universal para la Difusión Arquitectónica de México es una organización que busca contribuir al desarrollo de una cultura de recuperación, protección y conservación del patrimonio arquitectónico, ambiental y urbano, para el desarrollo y beneficio de las ciudades.
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