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'Gesamtkunstwerk': el eco de un manifiesto

Actualizado: 19 abr 2021

Aunque Mathias Goeritz nunca asistió a la Bauhaus, se puede notar que fue objeto de su atención, pues la clara influencia de la escuela sobre del artista se puede notar al leer el manifiesto realizado por el arquitecto Walter Gropius.


Antes de construir el Museo Experimental El eco, Werner Mathias Goeritz Brüner (1915-1990) tuvo que recorrer un largo camino donde pudiera ver realizadas sus ideas sobre la obra de arte total.

Desde temprana edad, tuvo acercamientos a medios artísticos de Berlín -gracias a su padre-, y aunque su madre lo indujo a estudiar Medicina, desertó y estudió de forma alternada en prestigiosas escuelas, como la de Artes y Oficios de Berlin-Charlottenburg y la Universidad Friedrich Wilhem, instituciones que lo dotaron de conocimientos prácticos y teóricos para las que como artista, crítico e historiador del arte ejercería durante su vida.

Aunque Mathias Goeritz nunca asistió a la Bauhaus, se puede notar que fue objeto muy importante de su atención, pues la clara influencia de la escuela sobre del artista se puede notar al leer el manifiesto 'gesamtkunstwerk' (que significa "Obra de arte total") realizado por el famoso arquitecto Walter Gropius, al fundar tan emblemática escuela, proclamaba:

"Arquitectos, escultores, pintores, todos debemos regresar a la artesanía. Permítase crear un nuevo gremio de artesanos sin distinción de clases (…) Juntos debemos concebir y crear un nuevo edificio del futuro, que deberá abrazar la arquitectura, la pintura y la escultura en una sola unidad que subirá algún día hasta el cielo desde las manos de millones de trabajadores como el símbolo de cristal de una nueva fe".


Otra gran influencia para Goeritz proviene de la eminente figura dadaísta de Hugo Ball -autor de 'Die Flucht aus der Zeit' ("La huida en el tiempo" Primer manifiesto dadaísta escrito en 1927)-, y fundador del famoso Café Voltaire en Zurich, Suiza. Ahí, junto con un grupo de artistas: Richard Huelsenbeck, Marcel Janco, Tristan Tzara y Jean Arp, organizan y promueven de forma anárquica y satírica exposiciones literarias donde logran cuestionar a ultranza al arte y una sociedad de valores establecidos.

Dentro de este espíritu, el cabaret exhibió a artistas experimentales que incluyen en su lista a Wassily Kandinsky, Paul Klee, Giorgio de Chirico, Max Ernst y Sophie Taeuber-Arp.



Tras el estallamiento de la Segunda Guerra Mundial, Mathias Goeritz sale huyendo de Alemania para evitar ser llamado al frente de las filas; primero vivió durante un tiempo en Marruecos dando clases de alemán, y al terminar la guerra, en el verano de 1948 llega a Santillana, atraído por las famosas pinturas de Altamira; pinturas que le llenan de entusiasmo al comunicar a sus amigos lo siguiente:

"No es un renacimiento. Nadie se ha vuelto hacia Altamira. El hombre joven va allá –después de infinitos vuelos a través de países y de mares, por palacios y burdeles, por la selva virgen y por el sol- porque se siente más hermano de la aurora de ayer que de su oscura tarde gris. Él mismo es aurora; es el primero del mañana. El día de hoy es sólo la pausa del despertar para los que duermen aún. El que no se despierta está perdido en el ayer. El que despierta va a ser creador. Descubrimos el mundo nuevo. Y estamos llenos de alegría y de amor".


En Santillana del mar coincidirá con el pintor Alejandro Rangel, la historiadora Ida O'Gorman y Pablo Beltrán de Heredia, quienes empiezan a dar forma a la famosa Escuela de Altamira y donde a través de la creación de un organismo coordinador realizaron diversas actividades artísticas, logrando en poco tiempo la adhesión de artistas de varias regiones de España e internacionales.

En ese momento fue invitado por el arquitecto Ignacio Díaz Morales para encargarse de la Cátedra Universitaria de Historia de Arte en la nueva Escuela deArquitectura de Guadalajara.

Acompañado de su esposa, la fotógrafa Marianne Grass, llega a México en 1949, bajo la recomendación hecha por una de sus discípulas proveniente de su taller en España, Ida Rodríguez Prampolini.  

Permaneció 4 años como profesor de la escuela y después decidió mudarse a la Ciudad de México, donde veía mejores oportunidades para desarrollar su talento. En abril de 1952, el empresario Daniel Mont y Gabriel Orendain lo buscan para proponerle la "construcción de algo" en el cual, él dispondría de una absoluta libertad artística, en un pequeño predio localizado en las calles de Sullivan.



Durante una estancia en Fortín de las Flores hizo unos bocetos para un museo imaginario o experimental, que no existían ni en París, ni en Nueva York. Al mostrarle los dibujos a Daniel Mont, éste se entusiasmó con ellos y empezó a reunir a capitalistas para la realización del proyecto. Pero para que aquella empresa viera a la luz, tuvo como condicionantes incluir un bar y un restaurante por parte de los accionistas.

En septiembre de 1952, sin planos se inició la construcción a marcha lenta, donde el propio Mathias Goeritz trabajó más como albañil que como arquitecto, corrigiendo sus ideas y componiendo in situ; indicando sobre la marcha la posición de cada muro o elemento, entendiendo el edificio como una enorme escultura.

"El terreno era pequeño: poco más de 500 m². Evitando ángulos rectos y empleando muros con altura de 7 a 11 metros, trato de hacer olvidar la pequeñez del lote. Como entrada dispuse de un pasillo que se estrecha hacia el fondo, subiendo el piso y bajando ligeramente el techo. Para acentuar la impresión cónica, las duelas del piso se estrechan también, llegando a un punto de fuga en el pasillo, dando una sensación de profundidad, donde he colocado una escultura suya llamada el grito, que obtiene su eco en un mural a la grisalla de unos 100 m².



Sin duda, desde el punto de vista estrictamente funcional se ha perdido mucho espacio útil a causa del patio del museo […] pero a juicio mío este era necesario para hacer culminar la serie de impresiones obtenidas desde la entrada. Se persiguió causar el efecto de una pequeña plaza cerrada y misteriosa dominada por la inmensa cruz de hierro que forma la puerta-ventana del salón principal. Además este patio se destinó a exposiciones de escultura al aire libre. Una de ellas ya se encontraba como parte permanente de la composición: una serpiente de lámina soldada que podría ser entendida indistintamente como un objeto arquitectónico o escultórico.

Un muro–columna de gran altura pintado de amarillo que completa la composición contrastado con el blanco, gris y negros usados exclusivamente en todo el resto del edificio. En una de las caras de este muro, y frente a una pequeña puerta que da a la entrada, hice colocar mi Poema Plástico, en hierro: una composición visual de tipografía abstracta que se dirige solo a la sensibilidad del espectador.

Toda esta arquitectura fue entendida precisamente como experimento. A Juicio de mío, un museo experimental debía iniciar sus actividades con un experimento arquitectónico que produjese emociones humanas dentro de un concepto moderno, y sin caer en el decorativismo vacío y teatral. El Eco quiere ser expresión de una libre voluntad de creación que, sin negar los valores aportador por el funcionalismo, pretenda incorporarlos y someterlos dentro de un concepto espiritual moderno.


En todo este experimento, la integración plástica no fue tomada como un punto del programa sino que se la dejo ocurrir en forma espontánea. No se trataba de sobreponer pinturas a los muros, como suele hacer en los carteles de cine. Se intentó concebir el espacio arquitectónico como un gran elemento escultórico con valor propio, sin caer en el romanticismo de Gaudí o en el vacío del neoclasiscismo alemán, italiano o ruso"  - Mathias Goeritz.

Durante una entrevista en 1983, a tres décadas de haberse inaugurado El Eco, un periodista preguntaba a Goeritz: ¿es recuperable?, y el artista respondía: "No, El Eco está destruido".


A tres décadas después de esa entrevista –rescatado por la UNAM-, El Eco de Mathias Goeritz sigue provocando resonancias causantes de las emociones más sublimes del espíritu humano. Ver artículo en Obras Web


 

Escrito por: Adorian Campos, Arquitecto egresado del Taller Max Cetto, Facultad de Arquitectura de la UNAM.


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