Pensado para ser un centro residencial y deportivo enfocado a la equitación, es probable que con el tiempo el sitio siga estando en el olvido hasta desaparecer por completo.
El pasado sábado 29 de noviembre tuvimos en FUNDARQMX*, un afortunado recorrido arquitectónico-paisajístico en la colonia residencial Las Arboledas -ubicada al norte de nuestra ciudad-, concebida por el arquitecto Luis Barragán sobre una gran área entonces agrícola vecina a San Mateo Tecoloapan, Atizapán de Zaragoza.
La visita estuvo a cargo del arquitecto Christian del Castillo, quien nos explicó que el proyecto urbano, del que Barragán fue promotor inmobiliario igual que en la zona del Pedregal de San Ángel, siguió una lógica de trazo irregular. Las Arboledas se presume génesis de sus posteriores residencial Los Clubes y Casa Egerstrom -también en Atizapán-, en donde destaca su vocación equina y a los que felizmente tuvimos la suerte de visitar.
Las Arboledas estuvo planeado para ser un centro residencial y deportivo enfocado a la equitación, con interesantes recorridos y áreas comunes destinados tanto a coches que se entroncan desde la autopista, como a peatones y jinetes que disfrutan de senderos cuyos hitos propician el descanso y la contemplación de una naturaleza intervenida muy a la manera del tapatío: discreta a la vez que llamativa.
Estos hitos, hoy algo deteriorados o modificados, o que incluso no cumplen las funciones que el proyecto original programó, son los que de la mano de Christian -habitante de la zona-, tuvimos la fortuna de conocer y que tristemente es probable que con el tiempo se sigan dejando en el olvido hasta que, ojalá me equivoque, terminen por desaparecer.
Comenzamos nuestro recorrido apreciando el primer menhir, como define el guía a cada elemento insertado por Barragán en el terreno en cuestión: el Muro Amarillo. Hoy entre una barda y un puesto de quesadillas, deslavado hasta ser casi blanco, este muro olvidado, abandonado, nos da la bienvenida elevándose orgulloso a pesar de su estado, como quien no se deja morir y resiste al tiempo y a la falta de conocimiento o sensibilidad de sus usuarios. Hay ejes, avenidas, lecturas. No es una colocación arbitraria sino estratégica y precisa.
Caminamos adentrándonos en la colonia y nos encontramos con una bella glorieta rodeando una fuente amplia de un solo chorro, donde los caballos podrían tomar agua y las personas aún hoy nos deleitamos con el sonido y la paz que emanan de su simplicidad y elegancia.
Continuamos el paseo apreciando la calma del lugar, y las diferentes fachadas que poco tienen que ver con una arquitectura barraganiana. Luego de visitar la Iglesia de Corpus Christi, obra de Juan Sordo Madaleno, aparece como parte del camino el Muro Rojo (1958), importante referencia visual que marcaba el acceso de un club hípico.
El muro hoy tiene dos puertas pero la original, la pequeña, contrasta con su escala. Un muro largo, a manera de muralla aunque de poca altura. Un muro solamente, que conduce, que se curvea sensualmente y nos hace subir con el terreno provocando una perspectiva que alarga imponentemente sus dimensiones.
Posteriormente, un pequeño Muro Azul con un vano de escasa altura nos encuentra en nuestro recorrido. Los visitantes se sorprenden, ¿qué hace este elemento aparentemente trunco a media banqueta?, ¿qué utilidad puede tener? Actualmente nos es ajena, extraña, inútil la colocación de este tipo de objetos aislados.
Cuánto trabajo cuesta comprender que estas esculturas, son arquitectura sin techo en las propias palabras de su creador, que probablemente en un proceso de locura, lo que busca es sorprendernos, encontrar sorpresas al caminar por cualquier calle y al llegar a cualquier plaza. Que son piezas aisladas pero estratégicas, posadas delicadamente sobre el paisaje solo para su mejor contemplación, descanso, meditación, frescor.
Finalmente, el recorrido urbano concluye con el Paseo de los Gigantes, y nos sorprende tras una caminata entre árboles y vegetación, con uno de los elementos más icónicos en la arquitectura de Barragán: el remate de un muro blanco de 15 metros de altura adosado sutilmente a un espejo de agua, bebedero de caballos, ambos flanqueados por imponentes eucaliptos.
En palabras de Marc Treib: Dos hileras de grandes eucaliptos dan a un canal elevado, cuya brillante superficie hace descender el cielo y los árboles. En su extremo, un muro de tabique, muy texturado con yeso, detiene la inercia del movimiento. Su blancura mate contrasta notablemente con la fina textura de las hojas de eucalipto, convirtiéndose, de hecho, en una placa fotográfica que atrae y sujeta la fugaz imagen del follaje. Pero si el muro funciona como cuadro, funciona también como película, cuya superficie está siempre en movimiento, es siempre maleable. (ZANCO: 2002, 116)
En el mismo sitio, la fuente del Campanario se componía de un espejo de agua, una hilera de troncos y muros color ladrillo. El agua brotaba del hoy clásico chorro barraganiano, y cuenta también con bancas y sombras que propician encuentros y descanso. Pese a estar seca y descuidada, podría perfectamente y sin mayor gasto, renovarse para recuperar la estética única del afortunado paisaje que cuenta aún con diseño y elementos originales.
A pesar de no poder contemplar hoy este sitio como fue concebido hace más de cincuenta años, resta aún su esencia, el conjunto en general tan bello y tan clásico, tan cordial con el entorno, tan lleno de sensaciones, inmerso en una atmósfera que sólo alguien extremadamente sensible pudo lograr.
Cabe mencionar que cuando creíamos que nuestro recorrido había terminado, decidimos encaminarnos a Los Clubes, conjunto residencial privado donde Barragán construyó el paisaje que alberga la fuente y escultura de Los Amantes y La Cuadra San Cristóbal, y gracias al arquitecto Félix Villaseñor, nos permitieron entrar a ambas construcciones, sin duda una experiencia que cerró con broche de oro tan espectacular visita.
El silencio que a todos nos hizo guardar la contemplación del recinto, fue mágico, indescriptible. La escala, los colores, la magnificencia del lugar tantas veces visto en fotografías no tiene comparación cuando se está habitando, sintiendo, respirando...
Para concluir quiero manifestar la urgencia de recuperar toda la zona paisajística de Las Arboledas, restaurando cada elemento que Luis Barragán diseñó. Es apremiante la necesidad de renovar algo tan sencillo que no implicaría mayor gasto pero sí enorme estética.
¡Que no reine la indiferencia, que no gane el pragmatismo, que no impere el mal gusto! Recuperemos lo que de bello tienen nuestros espacios abiertos, aprovechemos la benignidad de nuestro clima y la generosidad de esta vegetación y no dejemos que caiga en el olvido el diseño tan original y sobrio de un genio como sigue siendo Luis Barragán. Ver artículo en Obras Web
Escrito por: Gabriela Sánchez Serrano, Maestra de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad Iberoamericana; Coordinación editorial FUNDARQMX.
Comments