CASA DE BOMBAS DE SANTA MARÍA NATIVITAS
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- hace 2 días
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Vestigio industrial en la memoria hídrica del Valle de México
Escrito: Arantza Briffault

Enclavada en el subsuelo húmedo de Xochimilco, la Casa de Bombas Nativitas es una ruina funcional que alguna vez fue vértice de un sistema que buscaba modernizar la relación entre ciudad y agua. Construida entre 1905 y 1908, esta obra no fue simplemente una estación de bombeo: fue un manifiesto de arquitectura técnica en diálogo con el paisaje, una infraestructura pensada para habitar el agua desde la ingeniería, la estética y la planificación territorial.
El edificio formó parte del primer dominio higienista del agua en Ciudad de México, en un contexto donde la expansión urbana y la escasez hídrica exigían soluciones técnicas de gran escala. Ubicada sobre manantiales de agua clara, hoy desaparecidos, su ubicación no fue arbitraria. Nativitas reunía condiciones geográficas e hidráulicas ideales para la captación, y su arquitectura respondió a esas exigencias con precisión constructiva, eficiencia operativa y una sobriedad monumental.


La Casa de Bombas se compone de una estructura de dos niveles: en el sótano se alojaban los brocales del manantial y las bombas centrífugas electrificadas que impulsaban el agua a la ciudad; la planta baja contenía la maquinaria auxiliar, los registros de mantenimiento y la red eléctrica. Este diseño respondió a una lógica espacial dictada por la técnica: el espacio no era un mero contenedor, sino una extensión de la máquina. La forma seguía a la función, pero no renunciaba a la monumentalidad. Sus cubiertas a dos aguas, muros de tabique rojo y bloques de cemento, sus bandas lombardas y gárgolas de desagüe componían una estética industrial de raíz académica.

En torno a la Casa de Bombas Nativitas se desplegaba un pequeño universo de relaciones entre técnica, paisaje y vida cotidiana: un jardín productivo, un huerto comunal, la casa del maquinista, lavaderos públicos y un bosque hidrológico que mitigaba la evaporación del manantial. Esta dimensión habitacional del conjunto, que va mucho más allá del mero funcionamiento técnico, revela una visión urbanística integral, donde la infraestructura hidráulica no era una cápsula aislada sino parte de un ecosistema operativo, social y ambiental. Se trataba de una arquitectura que habitaba el agua no sólo desde la ingeniería, sino también desde el uso compartido, el arraigo comunitario y la estética del servicio público.
La materialidad del edificio refuerza esta visión de modernidad funcional con vocación monumental. Su construcción entre 1905 y 1908 supuso un despliegue técnico inédito para la época, sobre todo si se considera el contexto rural de Xochimilco. El uso de cimentación compuesta, que incluía un cajón estructural y dala base para soportar suelos lacustres, fue una solución experimental frente a la inestabilidad del terreno. Los muros exteriores combinaban tabique rojo, bloques de cemento, revestimientos de ferrocemento y piedra chiluca, organizados con precisión para soportar cargas estructurales, permitir ventilación natural y resistir la humedad constante del subsuelo.
En su sótano se instaló una bomba centrífuga electrificada, cuyo volumen y requerimientos mecánicos determinaron la configuración espacial del edificio. El ferrocemento permitió aligerar y dar forma a las cubiertas inclinadas, mientras que los sistemas de bóveda con armaduras de hierro revestidas en concreto sostuvieron el peso de las losas sin comprometer la amplitud interior. Estas soluciones, complementadas con piezas prefabricadas, trasladadas por tranvía y grúa desde talleres externos, conforman un ejemplo claro de la entrada de la racionalidad industrial a la arquitectura mexicana del equipamiento urbano.
El edificio no fue solo técnico, también fue estético y simbólico. Su estilo ecléctico historicista, visible en los remates de gárgolas, cornisas escalonadas, vanos con óculos, ménsulas, y muros de aparejo lombardo, no era un capricho decorativo, sino una forma de monumentalizar la infraestructura, de conferirle un lenguaje arquitectónico a una función invisible. La Casa de Bombas se volvía así una arquitectura de transición: entre lo visible y lo oculto, entre el agua como fluido técnico y el agua como derecho urbano.

La restauración y transformación de este inmueble a lo largo del siglo XX es una historia de tensiones no resueltas entre conservación y funcionalidad. Tras quedar obsoleta en la década de 1960, debido al agotamiento del manantial y al colapso parcial de su sistema, fue reconvertida en biblioteca pública en 1987. Esta intervención, sin embargo, desmanteló elementos clave de su operatividad: la maquinaria fue retirada, se clausuraron registros de inspección, se alteraron las circulaciones originales y se cerraron los accesos al sótano técnico. El resultado fue una pérdida parcial de su legibilidad como infraestructura. El edificio siguió existiendo, pero ya no como máquina urbana, sino como recinto cultural desvinculado de su lógica hidráulica.
La patrimonialización de la ruina, en este caso, encubre una paradoja profunda: un edificio diseñado para proteger el agua, que sucumbe con la desaparición del recurso que le dio origen. Los hundimientos diferenciales que hoy afectan sus cimientos no solo responden a fallas estructurales, sino a un ecosistema destruido.


Lo que fue construido sobre un acuífero hoy se fractura por la ausencia de agua. Su ruina, entonces, no es sólo material: es una ruina ecológica, simbólica y epistemológica. El desafío actual de restaurar la Casa de Bombas Nativitas pasa por restituir su dimensión técnica, su legibilidad como dispositivo hidráulico.
Ello implica conservar no sólo los muros y techumbres, sino también la relación espacial entre las salas de máquinas, los brocales, los accesos, los registros y la red exterior. Restaurar su envolvente sin restituir su sentido operativo es petrificar su imagen y anular su historia. La restauración debe ser integral, sensible a su doble condición: como arquitectura funcional y como artefacto cultural.
En un contexto de crisis hídrica, emergencia climática y expansión urbana desordenada, recuperar este tipo de infraestructuras no es solo una tarea de conservación, sino una oportunidad pedagógica. La Casa de Bombas Nativitas puede volver a ser habitada, no por agua, ni por libros, sino por memoria y conocimiento. Puede convertirse en un espacio donde las técnicas del pasado dialoguen con los desafíos del presente. Su arquitectura lo permite: sólida, abierta, profunda. Aún respira.
La Casa de Bombas Nativitas nos obliga a repensar el concepto de habitabilidad en el patrimonio técnico. No basta conservar fachadas si se borra la lógica que dio origen a un espacio. No basta con valorar su estilo historicista si se ignora su relación profunda con el agua, con el suelo, con la vida cotidiana que la rodeaba. Su restauración no debe ser sólo arquitectónica: debe ser también conceptual, una restitución del vínculo entre cuerpo, territorio y memoria hidráulica. Su recuperación no es un capricho estético ni un acto nostálgico. Es una oportunidad para resignificar la infraestructura como parte de nuestro hábitat, para reconciliar la ciudad con sus ciclos naturales y para reconocer que el agua no es un recurso: es un principio arquitectónico, un derecho y un legado.
Fuentes:
Euroza Antúnez, R. B. (2023). [El estado ruinoso de la casa de bombas de Nativitas y su condición patrimonial en Xochimilco]. Universidad Nacional Autónoma de México. https://doi.org/10.22201/fa.2007252Xp.2023.27.85738
Pacheco Mejía, I. Y. (2021). Abandono histórico. Xochimilco: Número 2, julio-septiembre 2021.https://puedjs.unam.mx/goooya/abandono-historico/
Cruz González, A. (2004). Precursores del urbanismo en México. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Arquitectura.
Euroza Antúnez, R. B. (2023). La casa de bombas de Nativitas: arquitectura técnica, paisaje lacustre y patrimonio hídrico. Bitácora Arquitectura, (27). Universidad Nacional Autónoma de México. https://doi.org/10.22201/fa.2007252Xp.2023.27.85738
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