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La Ciudad de México, 690 años de una urbe inacabada

Actualizado: 19 abr 2021

Aunque fue formalmente constituida en 1824, la historia de la capital mexicana comenzó hace casi siete siglos con la fundación de Tenochtitlán.



Mucho se ha criticado la celebración del Gobierno de la Ciudad de los 190 años del Distrito Federal en 2015. De manera breve, trataré de justificar por qué debemos de celebrar al menos los siete siglos que está por cumplir; 690 años, con millones de personas habitándola, transformándola, destruyéndola y reconstruyéndola. Una ciudad siempre inacabada.

La primera visión es la de una inmensa vasija rodeada en todo su perímetro por montañas, sierras, cerros y volcanes. Los más distintivos el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl por su imponente presencia al Oriente de la ciudad y su constante capa nevada; le siguen la Sierra de Santa Catarina con la secuencia de volcanes escalonados, el Cerro de la Estrella, el del Chiquihuite, el peñón de los baños, el Cerro del Judío; y el Poniente, la Sierra de las Cruces, el Ajusco-Chichinautzin, el volcán del Xitle. Montañas que han sido vigilantes eternos de esta tierra.





La cuenca, un espejo de agua conformado por los lagos del Anáhuac: Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Chalco y Xochimilco -estos últimos de agua dulce para el riego de cultivos-; los cuales, eran además nutridos por más de 40 ríos como el de Tacubaya, Mixcoac o Chapingo; cauces pluviales descendiendo de las montañas del poniente principalmente y otros caudales del deshielo de la sierra nevada; decenas de islotes emergiendo del agua. Ésa su geografía: inigualable, sorprendente, generosa.


Los mexicas construyeron el albarradón de Nezahualcóyotl de 15 kilómetros de largo y del cual todavía quedan algunos escasos vestigios -sin gran reconocimiento cultural y turístico de sus habitantes-, el cual fue una gran muralla de hasta 15 metros de ancho que tenía dos propósitos, separar el agua salada del lago de Texcoco de los lagos dulces y prevenir las inundaciones en el islote a partir de la regulación del nivel del agua a partir del control de diversos diques.

Cercana a otro particular cerro, el de Chapultepec, se observa sobre el agua un islote a tan sólo cuatro kilómetros de distancia, una superficie casi circular de aproximadamente 3.5 por cuatro kilómetros. Un pedazo de tierra que por pedregoso y agreste, por sus serpientes, por el agua salada e intomable, por lo finito y confinado, por inaccesible, no había vivido en él un sólo ser humano por alrededor de 100 siglos desde que hubo ocupación humana en la región.


Se dice que los mexicas salieron de Aztlán en el año 1116, en busca de un sueño. Y tardarían 210 años en encontrar ese lugar soñado y donde se dice vieron "la señal" que es la hermosa imagen que da origen a nuestro símbolo patrio: el águila posada sobre un nopal, devorando a la serpiente.

Habían llegado al lugar donde debían establecerse, casualmente era el mismo sitio que las tribus indígenas previamente establecidas en el Valle del Anáhuac, les habían dado como única posibilidad para permanecer en el mismo territorio.


El recibimiento fue igualmente agreste, los despojaron, victimaron y desterraron prácticamente; se dice que les dieron a los mexicas el peor lugar posible, el más inviable, el incapaz de sobrevivir por mucho tiempo. Un predio que sobraba en medio de las aguas, donde nada se podía dar por lo salado y pedregoso. Una especie de exilio; el estereotipo de la típica prisión en una isla, donde el agua funge como constante guardián.

Los dejaron solos, sin recursos, sin elementos para una posible evolución. Pero a la vez, los posicionaron en medio de todo; una localización central que no nos hemos podido quitar -como si se tratara de un panóptico-, un sitio ideal de control y de visión de todo lo que se mueve a su alrededor. Un punto desde donde se podía dominar a todos los pueblos, un 'cetro' –lo que sería tiempo después el Templo Mayor-, desde donde se alzarían para enfatizar su poder y su hegemonía.


Es aquí, con el establecimiento de los mexicas en este islote, que iniciamos el conteo de la fundación de nuestra ciudad, la Ciudad de México, dejando de lado el establecimiento humano ya ha existido en este territorio desde siglos atrás, con poblaciones preexistentes como Cuicuilco, Tlalnepantla, Azcapotzalco o muchos otros.

Fue tal el imperio que lograron los aztecas en tan poco tiempo que aún ahora, el establecimiento de la ciudad de Tenochtitlán en el año 1325 es considerado el punto de partida; la línea histórica que marca un parteaguas. De la misma manera que lo hicieron fechas tan importantes como la caída de Roma en el 476 ó la caída de Constantinopla en 1453.


Su sistema de organización, los hace progresar en varias áreas, son los mejores guerreros, se educan en varias áreas, cultivan, construyen. De la nada edifican impactantes monumentos en ese corto periodo de vida (1325-1521). Hacen crecer sus templos paulatinamente, por etapas de 52 años en su celebración del Fuego Nuevo, apenas alcanzarían a realizar tres, porque para el posible cuarto periodo, la ciudad ya estaba tomada por los españoles y comenzaba a ser destruida.

El Templo Mayor llegó a crecer hasta 45 metros de altura, una edificación de casi 16 pisos. Una dimensión que pocos monumentos del mundo tenían y proporción casi idéntica a la Pirámide de Micerinos en los alrededores de El Cairo en Egipto.


La plaza principal tenía una dimensión de 350 por 350 metros, lo equivalente a casi cinco manzanas urbanas actuales en su interior. Es decir, casi una tercera parte más grande que el actual Zócalo capitalino. Dimensiones descomunales para el siglo XIV en el mundo.

De acuerdo con las crónicas de San Bernardino de Sahagún, él registró 78 edificios principales destinados al culto, al estudio y al entretenimiento entre otros, de los cuales, 36 han sido ya identificados o ubicados. La imagen idílica de los edificios pintados en blanco, azul y rojo, colores que podían adquirir de la naturaleza: el blanco de la cal, el rojo de la cochinilla –un animalito que se cría en el nopal y la tuna-, y el azul de la planta añil.


Con todo y que la traza reticular ya se había planteado por Hipodamo de Mileto (498-408 AC) en Grecia, y los romanos para el desarrollo de campamentos militares que fueran más seguros ante los ataques; la traza recta o en damero, era una completa novedad para el año 1300. Las ciudades europeas y orientales mantenían en su mayoría, una traza medieval o islámica de calles 'torcidas' y pequeñas plazas irregulares, aún sobre terrenos de muy diversa topografía.

En ese momento, los aztecas generan una de las trazas urbanas más bellas del mundo de manera instintiva y cósmica, eficiente y sagrada. Si se compara con las ciudades ideales o utópicas del siglo XVI -cuando fue descubierta América-, Tenochtitlán era la visión realizada de lo imposible.


Una ciudad 'fortificada' por el agua a su alrededor; calzadas en perfecta orientación Norte-Sur, plazas, palacios, puentes y canales, y tres grandes calzadas que unían el islote con tierra firme –del tamaño suficiente para que pasaran 8 caballos en línea- y éstas eran: al Poniente rumbo a Tlacopan, la más corta y la que se considera fue la primera en construirse; al Sur la de Iztapalapa que iba hacia Coyoacán y Xochimilco; y al Norte la que iba rumbo al cerro del Tepeyac.

Otro brazo corría casi paralelo al de Tacuba y era el camino que llevaba el acueducto de agua dulce desde el cerro de Chapultepec, fundamental para la sobrevivencia de los habitantes.


El lado Oriente quedaba tan separado de tierra, que se optó por ir en canoas hacia esa ribera. Habría que imaginar que todavía, entrado el siglo XIX, numerosos pueblos indígenas que hoy son zonas centrales de la ciudad, eran en realidad islotes o establecimientos ribereños al lago.

Los vestigios, cimientos, retazos, esculturas, pavimentos, cráneos, -telas incluso- que se han ido descubriendo debajo de la ciudad actual; nos envuelven en una de las más fascinantes historias de una ciudad contemporánea habitada. Nada se le parece. Más de lo que imaginamos, aún subsiste en el subsuelo de nuestra ciudad.

Reconozcamos su antigüedad y su valor como una las ciudades habitadas más antigua y relevante de América.


 

Escrito por: María Bustamante, Arquitecta de la Universidad Iberoamericana, con maestría en Vivienda yUrbanismo por la Architectural Association School of Architecture de Londres, cronista de la Delegación Miguel Hidalgo, presidenta de FUNDARQMX y vicepresidenta de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán.

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