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El agua en la Ciudad de México

  • Foto del escritor: FundarqMx
    FundarqMx
  • hace 4 días
  • 6 Min. de lectura

Encuentro de cronistas

Navegando entre mapas, aguas y memorias 


“¿Cómo se formó este lugar? ¿Cómo surge esta cuenca?” Ángeles González Gamio arroja esas preguntas para abrir no solo su ponencia, sino el resto del encuentro “El agua en la Ciudad de México” Estas preguntas dejan entrever un hilo de agua que escurre, que al seguirlo  se va ensanchando, corriendo por ciudades y cerros, hasta convertirse en un río caudaloso que desemboca en un mar de respuestas. En este escrito navegaremos a través de algunas aproximaciones que nos dejarán entrever la historia de la cuenca de México.


En lo más próximo nos encontramos un oleaje que se estrella contra la arena, ese que al hablar termina en suspiros de espuma. Al poner atención escuchamos a Guadalupe Lozada, haciendo un repaso histórico sobre cómo los habitantes han hecho grandes esfuerzos para expulsar el agua que naturalmente habita la ciudad. El desagüe de la Ciudad de México ha sido de las obras más importantes hasta la fecha y desde tiempos remotos, como lo fue en 1600, cuando se comenzó este gran proyecto. Las inundaciones de la Ciudad impulsaron grandes obras hidráulicas: en 1607 el virrey Luis de Velasco Hijo inició el desagüe, afectado por retrasos administrativos, y en 1629 el cierre de compuertas provocó que el centro permaneciera inundado cinco años. Más tarde, en el Porfiriato, los científicos consideraron insuficiente su propuesta y plantearon construir atarjeas. El “canal de Garay”, en Periférico, recuerda hoy ese esfuerzo.


Villalobos, Santiago. María Bustamante Harfush, 2025.
Villalobos, Santiago. María Bustamante Harfush, 2025.

Una vez escuchadas las olas, navegamos hacia la profundidad de la naturaleza. Nos encontramos con un río y, a lo lejos, escuchamos voces; al voltear, nos percatamos de que hay un manantial. Vemos que María Bustamante está ahí, contando sobre construcciones que venían desde la ciudad hasta estos lugares para llevar agua: los acueductos de la Ciudad de México. La Ciudad ha desarrollado, desde tiempos mesoamericanos, infraestructura para resolver la dualidad de traer y sacar agua. El acueducto de Chapultepec fue el principal sistema de abastecimiento desde 1400, funcionando por gravedad gracias a su pendiente, mientras que el agua también provenía de Xochimilco. Siguiendo el acueducto de Santa Fe y para el norte se construyó el acueducto de Guadalupe, el sistema Cutzamala en los años setenta, que recorre 300 km desde cinco presas mediante bombeo y pendientes para abastecer a la ciudad. En paralelo, se creó infraestructura para expulsar agua: el Tajo de Nochistongo, el acueducto de Lerma, mayormente subterráneo; el drenaje profundo, Todos estos proyectos son evidencia de una dualidad que existe en nuestra cuenca: el ir y venir, traer y expulsar, como marca de la urbanización.


“La historia de la Ciudad de México es la historia de sus sucesivas destrucciones”, alcanzamos a leer en una placa escrita por Jorge Pedro Uribe. Para la exploración de estas aguas conversaremos con algunos de los seres que mejor conocen tanto el agua como la tierra: los ajolotes, quienes mejor para contarnos sobre una ciudad anfibia. Nos hablan sobre Jorge Pedro Uribe, quien explica que, como señala Gonzalo Celorio, “ciudad anfibia” es aquella hecha de calles de tierra y de agua. 


La ciudad antes convivía de esa forma, con múltiples acequias que ya no se ven, estas  no desaparecieron: se transformaron en las calles del actual Centro Histórico, cuyos límites aún siguen el trazo original de esas corrientes que fluían de poniente a oriente y de norte a sur. Entre ellas destacan la Acequia Real, la acequia de Regina o de La Merced, y la del Carmen, que marcaba el paso hacia Tlatelolco y funcionaba como frontera. El cruce de esta última, el 1 de agosto de 1521, fue considerado simbólicamente “el principio del fin”, esto debido a que, una vez cruzado el límite por los españoles, se encontraban ya en Tenochtitlán. Un ruido espantó a los ajolotes y algunos salieron corriendo y otros nadando.


Villalobos, Santiago. Jorge Pedro Uribe. 2025
Villalobos, Santiago. Jorge Pedro Uribe. 2025

Al continuar nuestro camino por las aguas cae la noche; al ver el cielo, observamos una lluvia de estrellas que dibuja la historia que nos cuenta Luis Gutiérrez. Bajo nuestro bote, una luz resplandeciente compite con el cielo; la bioluminiscencia nos acompaña esta noche y, en conjunto, agua y cielo nos cuentan su historia. Luis Gutiérrez expone tres propuestas sobre la cosmovisión del agua: la de Johanna Broda; Alfredo López Austin y Leonardo López Luján; y Eduardo Matos Moctezuma, destacando que los pueblos mesoamericanos concebían el medio ambiente y el cosmos como una unidad viva, donde Tláloc y Chalchiuhtlicue controlaban agua, cuevas y nubes, y los cerros eran vistos como grandes vasos llenos de agua. 


Esta visión aparece en relieves como el de Chalcatzingo, en los murales de Teotihuacan, en el Códice Borbónico y en múltiples representaciones halladas en el Templo Mayor. López Austin y López Luján explican que esta cosmovisión persiste mediante un “núcleo duro” de mitos, ritos y formas de organización vinculadas al monte sagrado, antecedido por el “árbol florido” del preclásico y transformado en el Tlalocan del clásico hasta culminar en el Templo Mayor. Matos Moctezuma detalla la iconografía de Tláloc: ojos como anteojeras, nariz-serpiente, lengua bífida y colmillos, símbolo de vida y muerte cuya importancia los españoles no comprendieron por completo. Esto nos recuerda que desde tiempos ancestrales la naturaleza, lo humano, los animales y lo espiritual se concebían como un todo que debe estar en equilibrio y armonía, permitiendo la prosperidad de todos los seres. Poco a poco el sol aparece, las luces se apagan y aparecen las nubes; una brisa con viento nos da la bienvenida, empujándonos a nuestra siguiente parada.


Villalobos, Santiago. 2025
Villalobos, Santiago. 2025

Al darnos cuenta, terminamos navegando entre chinampas; a lo lejos un señor nos hace señas. Nos detenemos junto a él. Se presenta: es Pablo Moctezuma Barragán. Señala que el desarrollo socioeconómico del Anáhuac estuvo ligado, desde la época Olmeca, a avanzadas técnicas hidráulicas basadas en una filosofía de aprecio y buen manejo del agua, visible en rutas fluviales, uso de grandes canoas y una cosmovisión donde el agua articulaba lo doméstico, lo agrícola, lo ritual y lo espiritual. Destaca la red de chinampas de Xochimilco y Tenochtitlan; la construcción de acueductos así como el albarradón de Nezahualcóyotl, de 16 km, que separaba aguas dulces y saladas; también las múltiples acequias y canales que estructuraban la ciudad. 


La colonización provocó la desaparición de estos cuerpos de agua y graves desequilibrios ambientales. Moctezuma afirma que el paradigma hidráulico del Anáhuac, basado en el manejo integral de cuencas, suelos, bosques y sistemas de riego planificado, ofrece enseñanzas fundamentales para enfrentar la crisis climática actual. Si bien desde tiempos mesoamericanos la cosmovisión estaba íntimamente relacionada con el agua, la práctica de la vida también lo estaba, expresándose en grandes obras hidráulicas. Comenzamos a ver a lo lejos más personas, comercio y aves, por lo que decidimos continuar la exploración.


Durante la navegación por las chinampas vemos un destello morado; aparece espontáneamente y vemos entrar a una joven y a una señora. Decidimos seguirlas, dejamos el agua atrás. Al cruzar, se escucha un chiflido; al voltear, un diablero venía de frente. Ahora estamos en la Central de Abasto, donde encontramos a Beatriz Ramírez González, quien nos habla del libro Chinampa: vida y muerte en la tierra. La historia de un paisaje lacustre que desapareció en Iztapalapa, que relata la historia de lo que acaba de suceder. Aline es una joven muralista; un primero de noviembre termina de pintar un mural de chinampas en la Central de Abasto. Cuando lo termina, un portal se abre y aparece su abuela, quien la lleva en un viaje a conocer las verdaderas chinampas. Después de un largo día ella regresa al lugar donde inició la historia.


Caminando por los pasillos reflexionamos cómo ha cambiado la cuenca de México, la dualidad entre la vida y la muerte, la necesidad de agua pero también la necesidad de expulsarla. Cuando nos percatamos, ya estamos fuera de ese gran complejo, y a lo lejos vemos montañas, lo que nos hace recordar la naturaleza que nos rodea y el lugar donde inició este viaje: el mar.


La arena es el producto de miles y millones de años; viene de la erosión de las rocas, de conchas, incluso de caparazones que han viajado en el tiempo y la distancia hasta convertirse en arena. Ángeles González Gamio explica que la cuenca de México se formó tras la emergencia del territorio desde el mar, cuando procesos volcánicos y tectónicos dieron origen a un valle rodeado por cadenas montañosas y alimentada por 45 ríos, numerosos manantiales y lluvia. Esos factores  conformaron cinco lagos: Texcoco, Xochimilco, Chalco, Zumpango y Xaltocan. Texcoco era salado, mientras que el lago de México, menos salino, se separaba mediante un dique atribuido a Nezahualcóyotl; Chalco y Xochimilco eran los principales lagos de agua dulce, ricos en vida silvestre. 


La destrucción de bosques y la sobreexplotación de los mantos acuíferos han provocado la desaparición de muchos ríos y lagos, junto con peces, ajolotes, ranas y otras especies. González Gamio subraya que estos cuerpos de agua no solo fueron esenciales para la biodiversidad, sino también para la cosmovisión y el simbolismo de los pueblos que habitaron la región.


Todo este viaje entre múltiples ecosistemas, información, aguas y personas ha dejado huella en la memoria hídrica de la Ciudad de México. Esta valiosa información nos permite apreciar, valorar y, sobre todo, reflexionar en torno a la relación que actualmente se tiene con los distintos cuerpos de agua que habitan junto con nosotros la Ciudad, siendo una invitación a pensar cómo rescatar, desde distintas disciplinas y aproximaciones, el agua.  


Villalobos, Santiago. Ángeles González Gamio. 2025. 
Villalobos, Santiago. Ángeles González Gamio. 2025. 

 
 
 

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